Por Lane Hartill
El teléfono de Enock Vilma no cesa de sonar.
Esta vez es la policía haitiana que llama acerca de una muchacha de 14 años que está embarazada y carece de hogar.
La siguiente llamada es de un contacto que le refiere de una niña de 10 años cuyo padre desapareció. Ella se está quedando con una amable anciana en el pueblo norteño de Gros Morne.

Enock Vilma, coordinador de Catholic Relief Services para el proyecto de localización y reunificación familiar en Haití, visita niños en un orfanato en las afueras de Gonaives. Foto por Lane Hartill/CRS
La pequeña es una restavek o empleada doméstica. Era tan joven cuando comenzó a trabajar que ni recuerda el tiempo que ha estado con la familia.
Enock, coordinador de Catholic Relief Services para el proyecto de localización y reunificación familiar, cuelga su teléfono, lanza un suspiro y explica que esto es normal, que él se ha convertido en la persona a la cual acudir para los niños necesitados en Gonaives.
Nadie sabe cuántos niños quedaron separados de sus familiares durante el terremoto. Muchos abordaron autobuses y se dirigieron a los pueblos natales de sus familias esperando encontrar a algún pariente. Otros fueron abandonados en orfanatos debido a que sus padres no podían cuidar de ellos.
La mayoría de los orfanatos en Haití están llenos de chicos cuyos familiares no pueden atenderlos. CRS determinó que para el 61 por ciento de los niños que viven en los 77 orfanatos que patrocina, al menos uno de los padres está vivo.
Esa es la razón por la que CRS trabaja junto a sus socios para reunir a los niños con sus familias.
“Nuestro trabajo ha demostrado que los niños están mejor en un ambiente familiar que en orfanatos o centros de cuidado infantil, y hacemos todo lo que esté a nuestro alcance para regresar a los niños con sus familias, lo que incluye ofrecer apoyo cuando se necesita. Los niños necesitan estar con sus padres, y las familias haitianas merecen poder criar a sus hijos con dignidad”, expresa Mary Lineberger, quien dirige los programas de CRS en Haití para el cuidado temporal de niños huérfanos y vulnerables.
CRS ha capacitado personal y voluntarios para identificar niños en necesidad. Los coordinadores de campo de CRS siguen pistas en búsqueda de familias en cuatro de los 10 departamentos de Haití.
La pobreza es la principal razón por la que muchos niños son abandonados, de modo que tan pronto se localizan familiares, en la mayoría de los casos hay que iniciar un proceso de mediación. A los familiares también se les puede ofrecer ayuda en la instalación de pequeños negocios. CRS da seguimiento a los niños y sus familias para asegurarse de que el proceso de reunificación continúe con éxito.
‘Los chicos confían en él’
Ahí es donde entra Enock, quien tiene tres hijos y una forma de relacionarse con los niños.

CRS capacita personas, como Enock Vilma, para identificar niños separados de sus familias durante el terremoto del 12 de enero. Foto por Lane Hartill/CRS
Hay algo en sus modales, en la manera que se inclina hacia ellos y baja la voz. Los chicos confían en él. Tal vez es el tono de voz, o cómo habla con ellos, en vez de hablarles a ellos. Sea lo que sea, el amor de Enock por los niños se deriva de lo que le sucedió el día del terremoto.
Cuando comenzó el temblor, Enock estaba acostado. Un accidente de motocicleta le había destrozado su talón izquierdo y fracturado el brazo izquierdo, que ahora estaba unido por una plancha de metal. Enock se recuperaba, con la ayuda de sus tres hijos.
De repente todo quedó a oscuras. Enock no se podía mover. Después de un minuto, durante el cual lo único que Enock atinaba a decir era “¡Jesús! ¡Jesús!”, bloques de cemento desprendidos de las paredes le rompieron el brazo otra vez. Los escombros le cubrieron la cara y no podía hablar. El dolor era insoportable.
“¡Me sofoco! ¡Me sofoco!”, gritaba su hijo. Él también estaba atrapado. Su hijo le dijo que sentía una rodilla estremecida por ¡un alambre eléctrico que había caído! “Voy a morir electrocutado!”, exclamaba.
Dios no me salvó por lo que he hecho, sino por lo que haré por los demás. ~Enock Vilma
“¿Puedes imaginarte algo así?”, se pregunta Enock. “Un padre escuchando a sus hijos gritar y no poder hacer nada”.
Después de unos minutos pudo comunicarse con su hija de 10 años, y le pidió que removiera los bloques que le cubrían la cara.
“Papi va a morir”, gritaba la niña mientras retiraba los bloques.
Pudo respirar de nuevo, pero no podía hacer nada por sus hijos. Eso, dice, era lo más duro.
“[El terremoto] me motivó”, dice. “Me decía a mí mismo acerca de mis hijos que estaban conmigo entre los escombros: ¿Qué será de ellos después de mi muerte, si eso ocurre? Se quedarán en la calle, porque ellos no conocen a nadie”, recuerda.
‘Mientras más das, más recibes’
Ayudar a los niños es algo que Enock lleva en la sangre. Su madre, Mercilia, que tuvo nueve hijos, era conocida en el vecindario como la Madre de los Niños. El credo de Mercilia era: ‘mientras más das, más recibes’. Los muchachos sabían que siempre podían encontrar comida en su casa.
Enock absorbió esa devoción por los chicos. Ahora, cuando ve a algún niño separado de sus padres, por la razón que sea, se transporta a aquel momento bajo los escombros.
“Automáticamente veo a mis hijos”, dice. “Para mí es una misión. Porque siempre me digo: Dios no me salvó por lo que he hecho, sino por lo que haré por los demás. Es porque Él quiere confiarme una misión”, confiesa.
Esa misión cristalizó un día en San Marcos, una ciudad no lejos de Gonaives, donde se encontró con un muchacho cuya historia no podría olvidar fácilmente.
“Mis padres murieron”, le contó el muchacho a Enock. Agregó que estaba muy joven como para recordar a ningún familiar o amigo, excepto a uno.
“Mi padre es de Cabo Haitiano y me contó que un mecánico acostumbraba venir a repararle su carro. Su nombre es Papalou. Él vive cerca de Barrier Bouteille”.
“Eso es todo lo que recuerdo”, dijo.
“Mi mamá y mi papá están muertos”, repitió. “No tengo más información que darle. Lo único que recuerdo es que había un mecánico que acostumbraba venir a reparar nuestro carro descompuesto”.
Mientras Enock busca familiares, encuentra familias o centros de acogida para los niños.
Un puerto en la tormenta
Como el que administra Gerda, una robusta y bulliciosa ex abogada que dirige un centro llamado Federación de Mujeres del Bajo Artibonito, en San Marcos, que sirve de hogar para mujeres y jóvenes víctimas de abuso sexual.
Enock acompañó a Celine (nombre supuesto), una pequeña de 14 años con el pelo recogido atrás y rostro pétreo, al centro de Gerda. Este se halla en un brillante edificio de dos pisos decorado con plantas y muebles muy bonitos.
“Mi querida, ¿no has comido nada?”, le preguntó Gerda. “No te preocupes linda, ya estás en tu casa”, le confió.
Celine vivía en Puerto Príncipe con su madre. El día del terremoto, su madre, que era una vendedora callejera, dejó la casa y no volvió más. Celine no sabe si murió, resultó herida o nunca llegó a la casa. Celine pudo llegar a uno de los muchos campamentos para personas desplazadas en Puerto Príncipe.
Sola, sin el cuidado de un adulto, Celine era vulnerable. Un hombre la violó.
Deambuló por el país durante unos meses, y finalmente terminó en Gonaives. Un policía la vio y llamó a Enock.
En la sala del centro, Enock se hundió en el suave sofá de Gerda al lado de Celine, que estaba sentada en el borde.
Enock le preguntó si necesitaba algo.
“Dinero para unas sandalias y ropa”, respondió tímidamente.
Enock hurgó en sus bolsillos y sacó unos billetes.
“Gerda es una buena persona”, le dijo a Celine. “Ella te va a cuidar. Yo tampoco te abandonaré. Vendré a visitarte.
Celine se calmó, y movió la cabeza indicando que estaba de acuerdo.
“La vida continúa”, le dijo Enock. “No vamos a dejarte hasta que encontremos una solución”.
Lane Hartill es asociado regional de comunicaciones para CRS en África central y occidental. Lane viajó a Haití para CRS luego del terremoto.